Por: Miguel Godos Curay
Miguel Sarango Naquiche se fue a los 25 cuando era una promesa en la producción audiovisual. Aún lo recordamos entre los entusiastas alumnos invitados por Vargas Llosa a una semana de tertulia abierta en el Centrum de la Pontificia Universidad Católica en Lima. La noticia nos cayó como agua helada y nos estremeció porque lo vimos feliz el día de recibir su título de Licenciado en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Piura. Estaba contento y agradecido. Sus amigos celebraban que tuvieron que descoser la toga para que la pudiera lucir en tan proporcionada testa. Pero Miguel con buen humor se reía.
Según las crónicas conducía su moto cuando impacto violentamente con un Tico y quedó en TEC grave. Y no despertó más. Lo acompañamos a su última morada entre el dolor de su familia y sus amigos. Cuánto nos duele que se vaya cuando tenía mucho que dar. Su partida nos deja desolados pero con muchas recriminaciones interiores por no haberle advertido con machacona insistencia que la vida es un don valioso que no se puede entregar fácilmente a la vuelta de la esquina con la confianza en los puros reflejos y con la ingenuidad de que alcohol no socava nuestras facultades humanas.
Nos han conmovido sus familiares cercanos y sus compañeros de estudio abrazados como compadritos porque Miguel se fue en la madrugada sin avisar y que hoy sus pupilas no podrán registrar los acontecimientos de la ciudad. Miguel está ausente y frío, arrancado de lo que el más quería y de los que a él lo querían más. Con Teddy Montúfar, su profesor de redacción, nos quedamos anonadados por nuestra incapacidad de no saber advertir a nuestros alumnos y alumnas que el bien más preciado es ese vigor sano y apasionado, que a veces con desenfreno, despilfarran cada noche del viernes y el sábado nuestros jóvenes. Sepan hijos y padres que la felicidad es tenerlos a nuestro lado. Nos recriminamos pero al mismo tiempo evocamos nuestras propias aventuras juveniles. No sabría decir sin más o menos alcohol.
Diariamente los accidentes de tránsito, producto de la ingesta de bebidas alcohólicas, se multiplican sin que tengamos conciencia de su saldo doloroso. Realmente corresponde a los padres de familia y a todos aquellos que valoran en caro sentido la amistad y la confianza recuerden a quienes conducen que lo hagan con prudencia y que si beben no manejen. No hay razón para que los tragos en la vida sean amargos como la cicuta. Muchas veces los jóvenes no valoran lo que tienen sino hasta que lo pierden. Horas de sueño y paz, momentos felices al lado de la familia, el divertimiento, la buena conversación por el trago y el burbujeante placer instantáneo pero desolador.
Hay formas de beber y conducirse en la vida sin ese arrebato de consecuencias duras y funestas. En la juventud creemos que el tiempo transcurre a más de 120 kilómetros por hora, porque es una pasión propia de la edad, poco a poco, nos vamos sosegando para disfrutar de los detalles del paisaje porque aprendemos a entender que la vida es un don que hay que administrar con amor por nosotros mismos.
Miguel, nos ha dado con su vida breve una lección dura. Una lección que nos golpea y sacude pero acompañada por tu sonrisa, por tus ilusiones y tus emprendimientos. Encontraste en la comunicación tu vocación misma con ese recuerdo de efímera felicidad nos acompañas. No queremos que nos atrape en este extremo la tristeza. Dios te tiene a su lado en un espacio para ti y con un cuadro de comisiones que cumplir junto a los que más amas.
martes, 27 de noviembre de 2007
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